Taxistas contra el imperio Uber: ¿Es esto la lucha de clases?
El avance de la economía digital no es inocuo.
Tiene consecuencias desde el punto de vista laboral que hoy se deconocen. El
empresario se diluye frente a un amasijo de números
La literatura económica sobre los efectos del avance tecnológico en el empleo no ha dejado de crecer en los últimos años. Más allá de ideologías, hay una primera conclusión muy evidente que goza de un gran consenso. El viejo trabajo manual tiende a desaparecer en favor de las actividades relacionadas con las habilidades digitales. Como se ha repetido muchas veces, hoy se estudian en las universidades cientos de materias que dentro de algunos años serán ajenas al mercado laboral por el avance digital.
La primera consecuencia es obvia: a medida que los obreros de las manufacturas son cada vez más prescindibles por la utilización de las máquinas, el factor trabajo deja de estar en el centro de las relaciones laborales, lo que explica las dificultades de los sindicatos para sobrevivir —y también de las patronales— en un ecosistema cada vez más hostil y automatizado en el que proliferan los nuevos empleos, cada vez más alejados físicamente del centro de producción.
Hoy ya se trabaja desde Murcia o Cantabria para una gran corporación con sede en Singapur o Vancouver, lo que incorpora una indudable individualización de las relaciones laborales cuyos efectos a largo plazo todavía se desconocen.
Sí está claro, por el contrario, que el nuevo paradigma rompe con el modelo fordiano, que exigía enormes fábricas integradas verticalmente y articuladas en torno a una división funcional del trabajo de los obreros, y que es el que ha triunfado en los últimos cien años. Solo superado por la nueva organización del trabajo que surgió en Japón en los primeros años 90 —'just in time'—, y que asimiló con rapidez la industria automovilística alrededor de un término de origen japonés que llegó a hacerse famoso: 'muda', despilfarro en español, que pretendía liquidar todas las ineficiencias existentes en la cadena de valor de una empresa, lo que exigía producir en función de la demanda y no de la oferta. Toyota derribó a Ford.
Esta nueva realidad explica la proliferación de fórmula de contratación que tienden a alejarse del modelo tradicional de relaciones laborales: subcontratas, contratos mercantiles, trabajadores por cuenta propia que en realidad son falsos autónomos, empleo parcial o trabajadores independientes sin ninguna vinculación contractual con la empresa. Un nuevo capitalismo en el que, paradójicamente, el empresario busca no tener obreros a su cargo, sino que los externaliza, los saca de balance, para ahorrar costes evitando cualquier vínculo laboral. Una especie de capitalismo sin capitalistas en el que los empresarios buscan presentarse como emprendedores con el fin de desnudar de ideología a los viejos patrones del capitalismo industrial. ¿Quién tiene hoy mejor prensa, los emprendedores o los empresarios?
Riesgo empresarial
Se trata de una tendencia, como ha escrito el economista Robert Reich, que tiende a desplazar el riesgo empresarial —inherente a la actividad mercantil— hacia los trabajadores, que pasan a ser sus propios empresarios. De esta manera, se minimizan algunos derechos sociales como el salario mínimo, los seguros sociales pagados por el empleador, los beneficios por desempleo en caso de inactividad o la compensación por horas extraordinarias. O, incluso, la huelga, que a quien perjudica, paradójicamente, es a los propios trabajadores.
Una especie de desregulación laboral al por mayor que acaba con el carácter tuitivo del derecho de trabajo, que tiende a proteger a la parte más débil de la relación laboral, y que durante décadas ha fortalecido las clases medias, la auténtica columna vertebral de las democracias. Mientras que en un contrato mercantil existe igualdad entre las partes, no ocurre lo mismo en el derecho laboral, donde la correlación de fuerzas entre el empleado y el empleador es muy diferente por razones obvias.
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