Cardenal Omella: «Reduzcamos la precariedad laboral»
Ha crecido el número de personas ocupadas con dificultades para salir del umbral de la pobreza, afectadas por unas condiciones laborales precarias que afectan a todos los ámbitos de la vida
Estas son ahora las reglas de juego del mercado laboral, sin embargo, hay muchas entidades de Iglesia que nadan a contracorriente y trabajan para que las personas recuperen la confianza en sí mismas y sigan adelante
Entre todos, podemos revertir la situación. La clave: escuchar, acompañar, experimentar su dolor e implicarnos
| Cardenal Omella
La crisis económica dejó a mucha gente en el paro, pero desde entonces casi medio millón de personas han encontrado trabajo en Cataluña. A pesar de este dato positivo, hemos salido de la crisis por la puerta de atrás, ya que desde entonces ha aumentado, y mucho, la precariedad laboral. Ha crecido el número de personas ocupadas con dificultades para salir del umbral de la pobreza, afectadas por unas condiciones laborales precarias: salarios bajos, horas intermitentes de trabajo, contratos inexistentes, horarios intempestivos...
El drama de la precariedad laboral afecta a todos los ámbitos de la vida. A las personas que sufren esta situación las hacemos invisibles y se sienten desprotegidas, atrapadas, explotadas y devaluadas. Invisibles, porque muchas veces la única puerta de entrada al mercado laboral es mediante una relación laboral fuera de la legalidad que hace que el trabajador no conste en ninguna parte.
Desprotegidas, porque no tienen derecho a prestaciones por desempleo, por incapacidad temporal o accidente de trabajo... y en el futuro tendrán, en el mejor de los casos, una jubilación precaria. Atrapadas, porque la precariedad laboral hace que las personas concentren sus esfuerzos en sobrevivir, con incapacidad de planificar más allá. No es extraño que, cuando los padres están concentrados en cubrir las necesidades más básicas, desatiendan otros aspectos cotidianos que son importantes dentro del ámbito familiar. También se sienten explotadas y devaluadas, porque a menudo las condiciones que deben aceptar son humillantes y las aceptan, porque no tienen más opciones para salir adelante.
Estas son ahora las reglas de juego del mercado laboral, marcadas por la precariedad, sin embargo, hay muchas entidades de Iglesia que nadan a contracorriente y trabajan para que las personas recuperen la confianza en sí mismas y sigan adelante. La clave es escuchar y acompañar. Solo así podremos ayudar a nuestros hermanos a redescubrir su potencial para que puedan encontrar una solución a su situación. Queremos, con la ayuda de Dios, ser pequeños puntos de luz en medio de la niebla.
Se puede revertir esta situación, pero para ello es muy necesario llegar a ser plenamente conscientes del sufrimiento de muchos de nuestros vecinos; experimentar en nuestra carne su dolor y su angustia. Si todos nos implicamos, podremos dar la vuelta a esta situación y hacer que el trabajo precario sea más digno y decente. San Juan Pablo II nos decía: «El trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la tierra» (Laborem Exercens 4).
Queridos hermanos, el trabajo es esencial para las personas, nos permite sobrevivir y mantener a la familia, realizarnos, desarrollar nuestras capacidades y contribuir al bien común de la sociedad. Entre todos, podemos reducir la precariedad laboral.
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