El avance del gran capital ¿ponerle límites?
En medio de la crisis económica y política, el poder empresarial y las elites políticas a su servicio desenvuelven una nueva ofensiva contra las condiciones de vida y de trabajo de las mayorías populares. El límite a ese ataque sólo puede venir desde abajo.
Las “grandes reformas”, desde arriba y hacia arriba.
Vivimos ya en medio del ajuste, bajo el signo del pago de la deuda y el sometimiento al FMI. En ese contexto el gran capital y sus voceros informales acrecientan el reclamo de “reformas estructurales” que allanen cualquier obstáculo a la acumulación desenfrenada de ganancias.
Con prescindencia de que se viva en recesión o en relativa recuperación, en torno a la cuestión laboral las clases dominantes, en Argentina y en el mundo tienen su receta desde hace mucho tiempo: La reforma laboral.
En nuestro país eso significa abaratamiento del costo de los despidos, disminución de la incidencia del poder judicial en los conflictos laborales, incremento de la capacidad de control de los empresarios sobre los trabajadores, máxima flexibilidad de la jornada laboral, libertad para implantar el teletrabajo, contratos a prueba y pasantías no remuneradas, etc.
En Argentina subsiste una estructura normativa y unas modalidades de negociación que defienden los derechos de lxs trabajadores. Las quieren extinguir.
Los planteos más radicales pretenden la reducción o la directa abolición de los convenios colectivos de trabajo. Y avanzar hacia la virtual abrogación del derecho laboral para convertirlo en un contrato más del derecho civil.
Cabe señalar que el gran pretexto para implementar un cambio regresivo de este tipo es facilitar la creación de puestos de trabajo. La correlación entre “flexibilidad laboral” y empleo ha sido relativa en otros períodos, en particular en los años de la convertibilidad, que fueron pródigos en medidas “flexibilizadoras”.
Por supuesto que la no creación de empleo no les restaría a los empresarios los beneficios del avasallamiento de derechos laborales, que es su propósito real.
Otra gran reforma que propician es la previsional. Ésta orientada a reducir el gasto público “social” y al ataque a los derechos y las expectativas de las trabajadoras y trabajadores al terminar la vida laboral. Hay dos puntas de lanza claras: La extensión de la edad jubilatoria (obligatoria u “optativa”) y la disminución de la “tasa de sustitución” (menor porcentaje de la jubilación sobre el sueldo de la etapa activa).
Esto último necesitaría para completarse el arrasamiento del mayor número posible de regímenes especiales. Por numeroso, el de los docentes sería una prioridad para derribar. Hay varios y todos estarán apuntados si logran arrancar con esa reforma.
Otro ariete destructivo, no tan mencionado y si cabe más complejo, es el de la reforma del Estado. En ese campo hay varios caminos posibles: Despidos o retiros voluntarios masivos de lxs trabajadores, supresión o reducción de organismos de todos los niveles y atribuciones, recorte sustantivo del “gasto social”. También una ofensiva contra las inversiones en salud, educación, ciencia y tecnología, protección ambiental, políticas de género, economía popular y un largo etcétera.
Por supuesto, de llevarse adelante este tipo de cambios, volverá la demanda de “privatización de las empresas deficitarias”, que podría tener en Aerolíneas Argentinas un leading case.
Se trata del capitalismo…
Esas “grandes reformas” agravan su sentido regresivo por la situación imperante. Son propuestas en condiciones de precarización del empleo, empobrecimiento, dificultades de vivienda, deterioro ambiental cada vez más ostensible, declinación de los servicios estatales de salud y educación, inseguridad, etc.
Los problemas sociales siguen allí, y en vías de agudización. Su generalización y profundidad no permiten pensarlos en términos de diseño y aplicación de una política pública más adecuada que las ya existentes, sin salir de los cauces de la sociedad actual.
Es la hora de expandir la conciencia de que el problema es el sistema en sí mismo. Que está determinado por la mercantilización generalizada, el extractivismo y la concentración creciente de riqueza como resultado más o menos inexorable de la acumulación de ganancias.
En el orden social capitalista no hay salud, no hay educación, no hay empleo, ni siquiera hay alimentos, sino en la medida y en la modalidad que su realización pueda generar ganancias capitalistas. Se dice que la economía atiende necesidades. Es una falsedad. Lo único a lo que responde es a la demanda con capacidad de pago. Las necesidades más vitales y más apremiantes quedan insatisfechas si no hay quien pague por su atención.
Por fuera de los mecanismos de mercado quedan las agencias del Estado con demandas crecientes para recursos menguantes. Y sometidas a continuas presiones hacia la reducción del gasto. Ya que se las culpa en parte del crecimiento del gasto público. Con eso del aumento del déficit fiscal y por ende del incremento de la inflación. Esa es la lógica de los enfoques monetaristas que predominan entre los economistas del sistema.
El pensamiento del liberalismo económico suele aducir que en Argentina son pocos los que “producen” y tienen que cargar con una mayoría de la sociedad que sería “improductiva”.
El supuesto que subyace es transparente: Quien, por las razones que fuera, y por más que éstas escapen a sus posibilidades, no puede ganar su sustento en el mercado no tiene ningún derecho, es apenas una “carga” para el que está en condiciones de “producir”.
Jubiladxs, beneficiarixs de la Asignación Universal por hijo (AUH), perceptores de planes sociales, son, para esta mirada explotadora y excluyente, “parásitos” cuyo número habría que reducir. Y sus haberes deberían ser recortados o quitados. No por casualidad, los economistas neoliberales se ensañan una y otra vez con las jubilaciones obtenidas por medio de “moratorias”, como una de las causas eminentes del déficit fiscal.
De paso, esto da sustento a un discurso que interpela a quienes “producen” y los previene contra los “improductivos”. De esa forma, el patrón que gana millones de dólares por mes y el trabajador o trabajadora que recibe unos pocos miles de pesos en idéntico lapso, quedan asociados por su común condición de “productores”. Y los pobres convertidos en el enemigo común de ambos. Un craso ejemplo de manipulación de las conciencias en beneficio de la clase dominante.
Vivimos así en una sociedad de la competencia, del egoísmo. De la carencia para la mayoría y el consumo ostentoso para una reducida minoría. En la que se sufre por el solo hecho de ser niño o niña, anciano o anciana, por mujer, por trabajador o trabajadora. La mayoría experimenta privaciones, ve disminuir sus ingresos, pierde calidad de vida en los aspectos más sustanciales, la alimentación incluida.
Y lo que se ofrece desde “arriba” es una radicalización de ese rumbo, en la variante de derecha. O bien poner algunos “colchones” en el sendero hacia la caída, en miradas que se pretenden “progresistas”.
Frente a esas circunstancias, la solución no es que tal o cual ministerio obtengan más presupuesto, o desarrolle mayor eficiencia y racionalidad en la administración del que ya tiene. No es la hora de los tecnócratas eficaces, sino la de las y los militantes que le pongan el cuerpo a programas de innovaciones radicales. Ésos que necesariamente tocan intereses y acarrean duros conflictos para ponerlos en práctica.
La perspectiva necesaria es la de transformación del conjunto de la sociedad. No la de adaptaciones en la coyuntura, sino la de cambio en las estructuras. Se está frente a una lucha de largo alcance y desplegada en variados terrenos.
Las movilizaciones masivas de las últimas semanas marcan un camino. El del enfrentamiento contra el sendero de reformas regresivas, que espera reforzarse con una victoria electoral de las fuerzas de la derecha en 2023.
Lo que aún se echa en falta es una articulación política que cuestione al conjunto de coordenadas económicas, sociales, políticas y culturales establecidas por el sistema. Y desde allí formule un proyecto alternativo y lo lleve adelante.
Imagen principal: Granma, Cuba.
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