Precarización y pandemia en las relaciones de clase: la burguesía alerta sobre “insurrecciones y revoluciones”
André Acier
“El
cliché más usado sobre el coronavirus es que amenaza a todos de la misma
manera. Eso no es verdad, ni médica ni económicamente, ni física, ni
psicológicamente. El Covid-19 exacerba las condiciones preexistentes de
desigualdad. Más temprano que tarde, causará tormentas sociales, incluso
insurrecciones y revoluciones”. Es lo que alertan sectores de la burguesía.
En
abril de 2019, Alan Schwartz, CEO del fondo de inversiones estadounidense
Guggenheim, dijo en una reunión de magnates en el Milken Institute
que “Si observamos a la derecha y a la izquierda del espectro político,
lo que estamos viendo es la llegada de la lucha de clases”. La
alarma fue general entre los 4.000 empresarios presentes, ante el “sentido
común socialdemócrata” que venía en ese momento levantando la candidatura de
Bernie Sanders, y especialmente ante el hecho de que el 44 % de la
juventud millennial de Estados Unidos tenía una visión
positiva del socialismo. “A lo largo de los siglos, cuando las masas
identifican que la élite tiene demasiada riqueza, hubo solo dos alternativas:
legislar para redistribuir la riqueza, o una revolución”.
Después
de la ineficacia de los 8 billones de dólares inyectados en los activos
financieros y en las grandes empresas impactadas, el mundo empieza a acercarse
al panorama trazado por Schwartz. Peor aún: la percepción sobre la desigualdad,
que fue clara en 2008 con el salvataje a los responsables de la crisis, se
agrava ahora cuando la vida de los trabajadores que la pagaron es sacrificada
en el altar de la pandemia.
Hecho
para los tiempos de paz, el reformismo de Sanders, tirando la toalla en medio
del torbellino del coronavirus, se convirtió en el apoyo sin gloria a Joe Biden
y al establishment imperialista estadounidense. Pero el
mundo enfrenta una crisis como ninguna otra. La pandemia del coronavirus
“alteró el orden económico y social con la velocidad de un rayo”, según la
directora-gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva. El
FMI esperaba para este año un crecimiento positivo de la renta per cápita en
160 de los 189 países miembros. “Hoy, ese número se dio vuelta: proyectamos que
más de 170 países tendrán crecimiento negativo este año”, afirmó la burócrata
que coordina el organismo, dando como perspectiva una crisis tan profunda que
solo tiene paralelo con la Gran Depresión de 1929.
Las
fracturas entre las clases van tomando contornos más claros con el desarrollo
de la crisis económica en los bastidores de la emergencia sanitaria. Según
economistas de JP Morgan, la parálisis industrial impuesta por el coronavirus
robará 5 billones de la economía global en los próximos dos años, 8% del PBI
mundial. La Organización Mundial de Comercio prevé la retracción de entre
13 % y 32 % en el intercambio global de bienes. Eso agrava las
características de la excesivamente lenta recuperación pos Lehman Brothers, con
bajo crecimiento de la inversión y de la productividad, y un alto endeudamiento
estatal. Las anclas económicas anteriores no parecen tener fuerza para actuar
como contratendencia a la caída económica. Bloomberg informa que los mayores bancos del mundo
esperan que el PBI de Estados unidos caiga 7,5 % en el segundo trimestre.
No es mejor el panorama de China: la economista Betty Wang estimó que la economía china caerá
9,4 % anualizado en el primer trimestre, y podría retroceder otros 2,1 en
el segundo. Países como Brasil y Argentina tienen prevista una pérdida de
5-6 % del PBI en 2020.
Pero lo
llamativo es el panorama del desempleo. La devastación causada por los métodos
improvisados que el capitalismo utiliza se combina con la sed insaciable de que
los trabajadores acepten pagar la crisis. La Organización Internacional del
Trabajo anunció que casi 1.000 millones de trabajadores en el mundo perderán
sus empleos o verán reducidos sus salarios. Mientras, los gobiernos entregan el
equivalente al PBI japonés a las grandes empresas. En cuatro semanas, la
cantidad de pedidos de seguro desempleo en Estados Unidos fue de 22 millones,
algo nunca visto antes, en un país que rápidamente puede pasar de 3,5 % a
20 % de desocupados. En China, los últimos datos del National Bureau of Statistics dan
6,2 % de desempleados urbanos en los dos primeros meses de 2020. Dan Wang,
analista de la Economist Intelligence Unit afirmó que la tasa de desempleo puede subir 5 % más hasta el final de
año, lo que corresponde a 22 millones de desocupadosurbanos
adicionales en China, y 103 millones de trabajadores pueden sufrir recortes
salariales de entre 30 % y 50 %.
Súmese a
este panorama lo que revela la pandemia sobre las relaciones entre los estados
nacionales más poderosos, y el viejo orden parece reventar por los poros: la
Unión Europea sobrevive en terapia intensiva, con Italia cuestionando el
servilismo de una unidad aduanera comandada por Alemania, el debilitamiento
relativo de China, con la figura de Xi Jinping dañada por la pandemia (aunque
haya contenido el brote, no logra nueva tracción en la economía), y la
decadencia de Estados Unidos como principal potencia y la caída del poder de
atracción que es capaz e ejercer con su ejemplo, como señala Richard Hass en la revista Foreign
Affairs.
Kim Moody, fundador de la página Labor notes y autor del libro On New Terrain: How Capital Is Reshaping the Battleground of Class
War, resalta cómo para las masas de la clase trabajadora, la política
de los gobiernos presenta la elección infame entre morir de hambre o por el
Covid-19. “Por un lado, millones de trabajadores no tendrán otro remedio que
trabajar más horas arriesgándose a contraer una infección, mientras otros
millones se enfrentan al desempleo y la pobreza. Más que lo habitual, los
trabajadores están siendo condenados a elegir entre una cosa y la otra”.
Recuerda que el hecho de que tantos trabajadores sean obligados a ocupar sus
puestos de trabajo durante la pandemia es una prueba contundente de que las
ganancias capitalistas dependen de la fuerza humana de trabajo, más allá de las
fábulas relacionadas a la sustitución del trabajo humano por la robótica o por
la llamada “industria 4.0”. Tanto es así que el propio Trump exigió que fuese
el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) y no el Centro de Control de
Enfermedades, el que redefiniese como “esenciales” a casi todos los sectores
obreros de Estados Unidos.
La
desagregación social, en este ajedrez de clases, va delineando los síntomas de
nuevas rebeliones. ¿Qué hacer cuando en la región sur de un país imperialista
central como Italia se experimenta la falta de comida a escala considerable, los hambrientos empiezan a atacar a quienes salen con compras de
los supermercados (disculpándose porque tienen hambre), y de
los balcones de los departamentos se escucha “mientras mi hija no tenga un pan
para comer, nada volverá a la normalidad”? La pobreza absoluta aumentó
5,8 % desde 2008 y se ubica actualmente en el 10 % en esa región
italiana. La presión de los gobiernos del Estado español, de Italia, de Austria
y de Alemania, entre otros, para reabrir la economía, tiende a acentuar estos
mismos conflictos con los riesgos de contagio.
Meses después, Alan Schwartz ya no habla en el desierto: cada vez
más sectores de la burguesía y de las altas finanzas comienzan a encender el
alerta sobre insurrecciones y revoluciones en el horizonte y asociarlas a la
condición cada vez peores de los trabajadores precarios.
El alerta de revoluciones en boca de la
burguesía
Distintos
regímenes políticos occidentales se ven enredados en una realidad con alto
contenido inflamable: los sectores más precarios de los trabajadores,
humillados por la opresión capitalista, con bajos salarios y jornadas
extenuantes, son los mismos que están en las frontlines, en las líneas de frente
del combate a la pandemia, o trabajando en medio de la propagación del
coronavirus para mantener funcionando las ramas esenciales de la producción y
distribución, sin las cuales la sociedad entraría en colapso.
Esa combinación tiende a elevar las aspiraciones de los segmentos
despreciados de la clase trabajadora, y traer a la superficie revueltas
sociales encabezadas por esas camadas precarias de un sujeto obrero que,
trabajando como “héroe” en el mantenimiento de los servicios esenciales, está
más expuesto al contagio y que vive amontonado con sus familias en las
periferias de las grandes capitales, sin acceso a cualquier sistema de salud,
viendo a sus seres queridos ser sacrificados por la pandemia, que navega en las
venas abiertas de la catástrofe sanitaria creada por los capitalistas.
Estos sectores de la clase trabajadora, verdaderos “perdedores
absolutos” de la globalización, estuvieron en la línea de frente del segundo
ciclo de la lucha de clases que atravesó el mundo desde 2018. Después de la
revuelta de los Chalecos Amarillos en Francia en 2018, la arena mundial vio
emerger luchas importantes en un radio de distancia que va de Cataluña a Hong
Kong. Enfrentamientos de clase en países del norte de África, como Sudán y
Argelia, en países de Medio Oriente, como Líbano e Irán. También un ciclo de
rebeliones populares en Puerto Rico, Honduras, Haití, con la presencia de
jornadas revolucionarias en Ecuador y en Chile, además de un golpe de Estado en
Bolivia.
El
diario español El País retrata esta situación bajo la óptica de la sociedad
francesa, que vivió el movimiento de los Gilet Jaunes (Chalecos Amarillos)
hace menos de dos años: Desde la constatación de que quienes están en
el frente contra el virus son, con frecuencia, personas con empleos precarios y
poco considerados socialmente —los cajeros o los repartidores, muchas de ellas
mujeres y de origen inmigrante—, hasta el mapa desigual de las poblaciones
impactadas por la pandemia, detrás del momento de unidad nacional se dibuja lo
que el politólogo Jérôme Fourquet llama ‘el archipiélago francés’. (...)
Fourquet, en un artículo publicado en Le Figaro junto con Chloé
Morir, de la Fundación Jean Jaurès, demuestra la correspondencia entre la
sociología de los trabajadores precarios que siguen activos y no pueden
permitirse el teletrabajo, y los chalecos amarillos, el movimiento de
protesta de la Francia de las clases medias empobrecidas en las pequeñas
ciudades y pueblos de provincias. ‘Obreros, trabajadores independientes,
asalariados con pocos diplomas o ninguno estaban sobrerrepresentados tanto
entre los chalecos amarillos como entre los que están hoy en el frente’”.
En
Francia, la contabilidad de muertos por el coronavirus se acumula en las banlieues [periferias], en la capital parisina y
en ciudades del llamado Gran Este (como Mulhouse en el que vive la aplastante
mayoría de los trabajadores precarios de origen africano y asiático. En estas
localidades, habían muerto hasta hace una semana 5252 de las 8598 personas
fallecidas en hospitales. En el departamento de Seine-Saint-Denis -otra banlieue de París, zona de alta densidad poblacional, bajos salarios,
servicios públicos deteriorados y alta concentración inmigrante- el aumento de
muertes en relación al año pasado es de 61,6 %, el segundo más alto del
país después de la región de Alto-Reno, donde queda Mulhouse (el aumento allí
fue de 128% según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios
Económicos).
En
Inglaterra, una encuesta realizada por Resolution Foundation muestra
que el 40 % de los cuidadores de niños hasta 25 años reciben menos que un
salario mínimo, y el 60 % de los que auxilian personas mayores en sus
propias casas son trabajadores con contrato de “cero horas”, que no garantiza
una remuneración regular. Trabajadores de sectores alimenticio y minero tienen
que aceptar contratos temporales, mientras choferes por aplicativos como Uber
no tienen licencia por enfermedad o cualquier derecho laboral regulado.
La
existencia de esta masa de descontentos está preocupando las cabezas lúcidas (y
temerarias) de la clase dominante. Andreas Kluth, columnista de Bloomberg, afirma con rara
razón que la crisis sanitaria exacerba todas las contradicciones sociales
anteriores, y más temprano que tarde dará origen “a turbulencias sociales, revueltas e incluso revoluciones”. “El cliché más usado sobre el coronavirus es que amenaza a todos de
la misma manera. Eso no es verdad, ni médica ni económicamente, ni física ni
psicológicamente. El Covid-19 exacerba las condiciones preexistentes de
desigualdad. Más temprano que tarde, causará tormentas sociales, incluso
insurrecciones y revoluciones. Agitaciones sociales ya venían impregnando el
mundo mucho antes de la aparición de la pandemia. Según ciertas fuentes, hubo
100 grandes manifestaciones antigubernamentales desde 2017, protestas que van
desde el fenómeno de los chalecos amarillos en un país rico como
Francia, hasta manifestaciones contra gobiernos autoritarios en Sudán y en
Bolivia. Alrededor del 29 % de esos levantamientos derribó a sus
respectivos gobiernos, mientras muchos otros fueron brutalmente reprimidos, sin
dejar de hervir”.
Sobre la
situación de los trabajadores precarios, el analista escribe que “En realidad, cuanto menor es el salario, menor es la posibilidad
de trabajar en régimen de homeoffice [trabajo en casa]. Sin reservas
suficientes en ahorro y sin acceso a planes de salud, estos trabajadores
precarios necesitan mantener sus trabajos, si tienen la suerte de tener uno
todavía, solo para llegar a fin de mes. En la medida que se sigan trabajando, corren
el riesgo de ser infectados y traer el virus a sus familias, que como la
población pobre en todos los lugares, son más propensos a caer enfermos y menos
capaces de navegar los laberintos de los sistemas de salud privados. El
coronavirus se esparce rápidamente en los barrios llenos de escombros,
estresantes y oscuros en los que vive ese segmento precario: así demuestra la
cantidad desproporcionadamente alta de negros muertos por el Covid-19 en
Estados Unidos”.
En
Estados Unidos, las comunidades negras y latinas están siendo devastadas por el
Covid-19. En Chicago, donde los negros componen un tercio de la
población, representan el 73 % de las muertes por la pandemia. En
Milwaukee, en el norte del país, los negros son el 26 % de la población y
representan el 81 % de los muertos. En el estado de Michigan, donde los
negros son solo el 14 %, contabilizan el 40 % de los muertos. La proporción
no es distinta en Nueva York, epicentro de la pandemia en Estados Unidos. La
comunidad latina también fue duramente golpeada. Estos sectores componen los
segmentos más oprimidos y precarios de la clase obrera estadounidense, y
aquella más afectada por los más de 16 millones de desocupados en las últimas
semanas de marzo.
Philip Stephens, del Financial Times,
es otro escriba de las finanzas que advierte a la clase dominante que sus
respuestas a la crisis económica y a la pandemia pueden llevar a los sectores
más precarios de los trabajadores a protagonizar revoluciones sociales.
Recordando cómo los estados capitalistas inyectaron montañas de dinero en
bancos y empresas en la crisis de 2008, descargando los costos sobre millones
de familias, advierte contra la repetición del remedio, que dio origen a
convulsiones en los regímenes políticos que beneficiaron el ascenso de
Donald
Trump, del Brexit en el Reino Unido, entre otras manifestaciones de las crisis
orgánicas (o crisis de autoridad estatal, en los términos de Gramsci),
inherentes a las aberraciones del capitalismo en crisis.
“Un regreso a la austeridad sería locura - una invitación a
protestas generalizadas, e incluso a una revolución [...] Trabajadores
precarios de bajos salarios absorbieron el golpe de las crisis de 2008. Ellos
no van a admitir que se haga lo mismo esta vez. El coronavirus nos enseñó que nuestras
economías no pueden funcionar sin todos aquellos trabajadores que reciben
salarios bajísimos y que están cuidando a adultos mayores, moviendo las cajas
de supermercado o entregando las encomiendas de Amazon”. Esto
tiene su costo en vidas: 41 trabajadores de los supermercados murieron en
Estados Unidos y más de 1500 están en aislamiento con sospecha de infección,
según el sindicato del sector. En una reciente editorial, el mismo Financial Times pedía “reformas radicales”
que maquillen los enormes sacrificios de los trabajadores, problematizando la
herencia neoliberal de un “mercado laboral irregular y precario” que deja a
decenas de millones sin acceso a derechos laborales mínimos. Reacciones de esa
naturaleza no son muestras de beatificación del liberalismo, sino de su miedo
profundo ante la inminencia de choques entre las clases sociales.
Los trabajadores migrantes son uno de los sectores más golpeados
por los horrores de la pobreza y de las muertes por la pandemia. Son tratados
como “esclavos de las pirámides” no solo por las petromonarquías del Golfo,
sino también por los países imperialistas centrales. Dependieron durante mucho
tiempo de ejércitos de trabajadores precarios de Asia, África y América Latina
para hacer el “trabajo duro” en sus economías, por el solo derecho a permanecer
en esos países más ricos como ciudadanos super explotados de segunda categoría.
En esos lugares, los empleos en la construcción civil, saneamiento, transporte,
hospitalidad e incluso asistencia médica son dominadas por millones de
trabajadores inmigrantes oriundos de Paquistán, India, Bangladesh, Nepal,
Filipinas.
Como relata Ben Hubbard, Arabia Saudita declaró que más
de la mitad de los casos registrados de Covid-19 se dan entre trabajadores
inmigrantes, y el paquete de 2,4 mil millones de dólares para cubrir
parcialmente los salarios de los licenciados valdrá solo para los sauditas.
Qatar, que será la sede del Mundial de 2022 e importó gran cantidad de mano de
obra barata de Asia, registró cientos de casos de infección en la zona
industrial dedicada a la construcción de estadios. “Sus sociedades se desmoronarían literalmente
si estos trabajadores no estuviesen allí, pero hay muy poca empatía por su
situación”, dijo Vani Saraswathi, editor asociado del sitio Migrant-Rigts.org.
Encerrados en sus estrechos dormitorios y sin higiene, no existe la mínima
posibilidad de distanciamiento social. De Francia a Grecia, de Arabia Saudita a
Kuwait, las gigantescas comunidades migrantes, especialmente las mujeres, se
transforman en un blanco fácil del mal sanitario.
Este paso de la crisis sanitaria a la crisis social está inscripto
en la falta de preparación de los capitalistas, que enfrentan la pandemia con
medidas improvisadas. No hay testeos masivos para que el aislamiento sea
selectivo y racionalmente organizado. Mucho menos hay camas de terapia
intensiva, respiradores o ventiladores mecánicos suficientes, cuando incluso
las potencias globales se desesperan en la disputa por insumos tan básicos como
máscaras de protección.
Pero este marco solo amplifica las consecuencias estructurales de
la precarización del trabajo en los últimos treinta años: los perdedores
absolutos de la globalización, la inmensa camada de trabajadores con contratos
precarios, intermitentes o de “cero horas” ya están pagando la altísima cuenta
de la pandemia. Una situación de este tipo abre el camino a explosiones
sociales para detener el ritmo de destrucción de sus vidas.
Saltos en la precarización en medio de la
pandemia
La
burguesía, sin embargo, hace oídos sordos a las advertencias, y aprovecha la crisis
para ensayar nuevos experimentos de precariedad. Ruth Bender y Matthew Dalton, del diario The Wall Street Journal,
se refieren a la nueva modalidad de superexplotación capitalista: el
intercambio de trabajadores entre empresas. La reubicación de trabajadores es
temporal y sin derechos garantizados. Trabajadores de hoteles, restaurantes y
compañías aéreas son “prestados” a las redes de supermercados, tiendas
minoristas y hospitales, tirados a la línea de frente con sus mismos bajos
salarios y sin equipo sanitario adecuado.
El
gobierno alemán se acostumbró a inaugurar nuevas formas de degradación de
condiciones de trabajo en las últimas décadas, como el Plan Hart, que
posibilitó en la década de 2000 la tercerización y el contrato intermitente, y
el sistema Kurzarbeit, según el cual el gobierno permite la
suspensión del contrato de trabajo por las empresas, encargándose del pago de
salario reducido del empleado. No fue diferente ahora. La canciller Angela
Merkel y el ministro de finanzas, Olaf Scholz, firmaron una medida que
transforma el Kurzarbeit en un medio para convertir fotógrafos,
fisioterapeutas, docentes de música y meseros en trabajadores rurales, ocupados
en la cosecha de alimentos, tarea previamente realizada por inmigrantes
precarios provenientes de Rumanía y Polonia. Esa “innovación laboral” está
siendo importada por Francia, cuyo ministro de Agricultura, Didier Guillaume,
afirmó que el país necesitará más de 200.000 nuevos trabajadores rurales hasta
mayo, lo que se haría con el sistema adoptado por los capitalistas alemanes.
El The Wall Street Journal señala en la misma Alemania
uno de los ejemplos del esquema de intercambio de empleados. La multinacional
McDonald’s, que viene recortando los ya miserables salarios de sus empleados en
países como Argentina, y la red de supermercados Aldi Nord-Süd, llegaron a un
convenio de entrega de empleados en el que aquél permite que éste emplee a sus
trabajadores mediante contratos temporarios. Para lograr la reducción salarial
se ponen en el blanco del contagio miles de vidas. Las agencias de
tercerización y de contratos temporales se enriquecen con la medida: en
Francia, la agencia de contratación temporaria Mistertemp está transfiriendo
trabajadores metalúrgicos y de la construcción civil, rotativos en sus
empresas, para trabajar como cajeros de supermercado, en galpones de logística
o en los servicios de entrega.
En Estados Unidos, el desempleo galopante es utilizado como
chantaje por las empresas para acelerar la nueva reestructuración precaria del
trabajo. Una cantidad equivalente al 10 % de la población económicamente
activa de Estados Unidos (16,6 millones como mencionamos más arriba) pidió el
seguro desempleo. Monopolios como Amazon y Walmart son los que lucran con la
facilidad de precarizar, recibiendo a miles de trabajadores de otras ramas
-como los de Disney World, que despidió a 43.000 empleados -para operar en sus
tiendas. La ganancia de Walmart aumentó un 2,6 % en medio de la pandemia,
una fortuna líquida de 165.000 millones de dólares.
El desprecio de la patronal por la vida de los sectores más
oprimidos se verifica en las propuestas para que los trabajadores sigan
corriendo riesgos. Las redes de supermercados Whole Foods, Trader Joe’s y
Kroger, en Estados Unidos, también se sirven de trabajadores con salarios
reducidos y redireccionados de otros segmentos, y ante las protestas de sus
nuevos empleados temporarios por mejores condiciones sanitarias, ofreció 2
dólares por hora como pago extra, lo que fue considerado un insulto por los
trabajadores.
La burguesía busca instituir nuevas formas de precarización del
trabajo para incrementar sus ganancias, aprovechándose del hecho de que estas
desregulaciones no siempre son vistas como tales por los propios trabajadores.
Algunas veces son maquilladas como medidas de “contención del desempleo”,
destinadas, sin embargo, a ingresar al arsenal de legislaciones de destrucción
de derechos laborales en cientos de países.
El surgimiento de la “uberización” del trabajo, camadas de
trabajadores sin jornada y salarios fijos, “listos para actuar” a cualquier
hora del día sin cualquier derecho laboral, representa una reestructuración del
mundo del trabajo que empalidece la división de las filas obreras lograda por
los capitalistas durante las décadas neoliberales. El intercambio precario de
trabajadores incrementa las penas de los contratos temporarios. Se trata de una
contrarrevolución laboral que tendrá que verse con grandes procesos de lucha de
clases para poder imponerse, y la pandemia del coronavirus tiende a traer esas
contradicciones a la superficie, en medio de la depresión económica histórica
que se avecina.
El fantasma de la libertad
Trabajadores de sectores mejor organizados y que mantienen ciertos
derechos abrieron una nueva etapa dentro del segundo ciclo de lucha de clases
internacional, en la preservación de sus vidas y de las vidas de sus compañeros
y de sus familias. La huelga general (parcial) de fábricas italianas el 25 de
marzo, por el cierre con licencia remunerada de los trabajadores; importantes
manifestaciones de trabajadores en el Estado español, que lograron cerrar la
planta de Mercedes-Benz en la región de Victoria; y en Estados Unidos, cerrando
fábricas de Ford y GM. Trabajadores de Airbus en Francia llegaron a exigir a la
patronal el cese de la producción de bienes inútiles para el combate a la
pandemia, y su reconversión para la producción de ventiladores para unidades de
terapia intensiva, algo parecido a la exigencia de los trabajadores de General
Electric en el estado de Massachusetts, en Estados Unidos.
Los
trabajadores de la salud, arriesgando sus vidas en la línea de frente todos los
días, también se indignan contra los gobiernos y los CEO de los hospitales
privados. Tre Kwon, enfermera del Hospital Mount Sinai en Nueva York y miembro
de Left Voice, explicó en varias entrevistas televisivas la
situación de los trabajadores de la salud, degradadas por las políticas de
Trump, pero también de gobernantes del Partido Demócrata como Andrew Cuomo.
La gran novedad en ese aspecto es el ingreso de los sectores más
precarios de la clase trabajadora dentro de lo que Moody llama “las dos siglas
de la lucha de clases” en la era de la pandemia, la licencias remuneradas y los
equipos de protección. Inicialmente defensivas, esas consignas sumamente
importantes impulsan elementos de revuelta antipatronal en esas capas oprimidas
esenciales para el funcionamiento de la sociedad. Trabajadores de las cadenas
de comidas rápidas como McDonald’s en las regiones estadounidenses de Tampa,
St. Louis, Los Angeles, Memphis, abandonan sus puestos de trabajo exigiendo
mejores condiciones y salarios, algo replicado en Argentina, donde los
trabajadores de Mc’Donalds y Burger King protestan contra la reducción del
50 % de sus salarios y comienzan a avanzar elementos de organización.
Trabajadores de Amazon en Staten Island y Chicago abandoraron tareas en defensa
de licencias remuneradas. Los trabajadores de la empresa más importante de
servicios de entrega rápida en Estados Unidos, Instacart, paralizaron sus
actividades en todo el país para obtener equipo de seguridad. Los “esenciales”
muestran músculos contra la patronal.
¿Qué pasaría si los trabajadores precarios se vieran como miembros
de la misma clase social con los trabajadores con mejores derechos y salarios?
¿Qué pasaría si los trabajadores sindicalizados tomaran como propios los
intereses de sus hermanos de clase en condiciones de tercerización,
subcontratación, contratos intermitentes? Las posiciones estratégicas (como el
transporte, las grandes industrias, los servicios) en la producción y
distribución de los bienes en la sociedad capitalista revelan el peso social de
las camadas más precarias de la clase trabajadora, que se muestra como esencial
en la pandemia. Como dijimos, la elevación de sus aspiraciones en choque con
las intenciones de mayor liberalización de las condiciones laborales por parte
de la burguesía será uno de los principales focos de lucha de las clases en
esta etapa. Si es verdad que la clase trabajadora se hizo mucho más heterogénea
y pasó por un agudo proceso de fragmentación durante el auge neoliberal -con
características bastante distintas a las que presentaba en el siglo XX-,
también es verdad que sigue manteniendo todas las “posiciones estratégicas” que
hacen funcionar la sociedad. Con ellas, de estar organizada, puede operar
verdaderas hazañas políticas, pudiendo convertirse en el potencial sujeto
hegemónico de emancipación.
La relación de la clase obrera más precaria (negra, femenina,
inmigrante) con los trabajadores con mejores condiciones salariales y de
organización, es una tarea estratégica. Discutiendo esta necesidad con los
miembros del Socialist Workers Party (SWP) en abril de 1939, el revolucionario
León Trotsky rescata la importancia vital de que esta combinación ayude a los
marxistas a fusionarse con los sectores más oprimidos a fusionarse y poner en
pie un partido revolucionario en Estados Unidos.
“Lo que caracterizaba a los partidos de
trabajadores en Estados Unidos, las organizaciones sindicales y así en
adelante, era su carácter aristocrático. Esa es la base del oportunismo. Los
trabajadores calificados que se sienten incluidos en la sociedad capitalista
ayudan a la clase burguesa a mantener a los negros y a los trabajadores no
calificados en una escala muy baja. [...] Tenemos que decir a los elementos
negros conscientes que están convocados, por el desarrollo histórico, a
transformarse en la vanguardia de la clase trabajadora. ¿Qué es lo que frena a
las capas más altas? Los privilegios, el confort que les impide transformarse
en revolucionarios. Eso no existe para los negros. ¿Qué puede transformar a una
cierta capa, haciéndola más capaz de coraje y sacrificio? Eso está concentrado
en los negros. Si nosotros en el SWP, no somos capaces de encontrar el camino
hacia a esa camada, entonces no tendremos ningún valor. La revolución
permanente y todo el resto será solo una mentira”.
Nuestra
apuesta política no puede estar con el neo reformismo de Sanders en Estados
Unidos, de Mélenchon en Francia, o en sus versiones aggiornadas en Latinoamérica, como el PT de Brasil,
ninguno de los cuales son aptos para enfrentar a los capitalistas. En un mundo
que será golpeado por una crisis económica de proporciones históricas, esta
sólida alianza entre sectores heterogéneos del movimiento obrero alrededor de
una estrategia socialista, antiimperialista y revolucionaria es fundamental.
Solo se construirá mediante procesos de lucha de clases. Es la clave
organizativa para que las propias medidas de emergencia contra la pandemia sean
tomadas, atacando los intereses de los capitalistas, garantizando empleos y
salarios integrales, la reconversión de la producción para manufactura de
insumos médicos y hospitalarios esenciales, expropiando a los capitalista y
nacionalizando bajo el control de los trabajadores todos los grandes recursos
industriales y de servicios necesarios para hacer frente a la catástrofe que
nos amenaza.
Traducción: Isabel Infanta
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