miércoles, 8 de julio de 2020

LABORAL / MERCADO DE TRABAJO. Colombia. Coronavirus. Consecuencias del teletrabajo.

Trabajo y pandemia

Medidas asociadas al control del virus se inclinan en favor de la 'desformalización' del trabajo.



Las consecuencias adversas de la pandemia se han dado en todos los órdenes de la vida social, pero en ninguna de manera tan severa como en la dimensión laboral. En el corto lapso de unos pocos meses el mundo del trabajo ha dado un vuelco total. Las severas exigencias asociadas al control del coronavirus han servido, también, para que la pandemia actúe de mampara a una profunda contrarreforma laboral, de hecho y de derecho. Es evidente que la economía-política del mercado del trabajo se ha inclinado poderosamente en favor del empleador dado que, en semejante recesión con niveles de desempleo nunca vistos, puede actuar holgadamente para que el ajuste a la crisis recaiga primordialmente en la fuerza laboral.


La primera tendencia que se aprecia con claridad es la “desformalización” del trabajo. De sopetón, las empresas migraron con pasmosa efectividad al ‘teletrabajo’. Las encuestas y la evidencia demuestran que más del 50 % de los empresarios han tomado ya la decisión de mantener invariable el trabajo remoto y hacerlo de manera indefinida. Algunos analistas estiman que más de 100 millones de metros cuadrados de oficinas, a nivel mundial, quedarán vacantes. Es obvio. El teletrabajo ha traído una dramática transferencia al hogar de los costos operativos de las empresas.

Aunque el teletrabajo puede traer ventajas en materia de productividad, ese fenómeno abrió ya las puertas a que trabajadores que tenían por años una relación laboral formal pasen ahora a ser contratistas y que su trabajo sea pagado a destajo y en función de tareas en vez de jornadas. Laborar desde casa por lo general extiende la jornada de trabajo, incrementa la factura de los servicios públicos y la de alimentación; y consume sin remuneración horas de descanso e intimidad que son de la familia. Aunque hay honrosas excepciones, las empresas se están quitando costos con el teletrabajo que no le son suficientemente compensados al trabajador. De allí que, una vez suprimidas las restricciones oficiales a los desplazamientos, la opción del teletrabajo debe ser potestativa del empleado.

Otro componente de la desformalización tiene que ver con los salarios. La reducción temporal ‘voluntaria’ de los salarios, que han aceptado miles de empleados, corre el riesgo de acabar con el principio de la irreversibilidad de las condiciones de remuneración pactadas contractualmente. Además, ya se siente el empujón para profundizar la “integralidad” salarial, que significa bajar a niveles de trabajadores con salario mínimo la posibilidad de que los empleadores se quiten de encima las cargas prestacionales con la excusa de que a los pobres hay que enseñarles a ahorrar. Ese camino es profundamente regresivo y no se ha mostrado particularmente eficaz en la generación de empleo.

Sin duda, la posibilidad del trabajo por horas con pago de prestaciones proporcionales, como lo ha propuesto el exministro del Trabajo Rafael Pardo, para una serie acotada de actividades particularmente en el campo, contribuye decisivamente a la formalización de empleo; sin embargo, también es un factor que, sin control, incentiva la desformalización en vastos sectores de la actividad productiva.

Finalmente, entre tantas inquietudes que despierta este asunto, están las conquistas constitucionales del derecho de asociación, a la sindicalización y a la huelga. No es fácil que unos trabajadores se organicen si se ven con sus colegas solo en conferencias virtuales controladas por los administradores, o que tengan realmente la oportunidad para ventilar entre ellos sus quejas y reparos por vía digital. Corresponde al Estado, entonces, impedir que de la pandemia surja un nuevo régimen laboral ‘ad hoc’ que discrimine abiertamente contra los trabajadores y revierta décadas de avance en la formalización.

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